El fraude energético en España no es solo un episodio aislado. Es el reflejo de una estructura en la que la política y los negocios se funden en un mismo interés: el enriquecimiento privado a costa del Estado.
En el centro de esa ecuación aparecen dos nombres clave: Manuel García Hernández y Antonio Rodríguez Estepa, presuntamente protagonistas de una alianza que permitió desviar millones de euros mediante sociedades pantalla y contratos ficticios.

El origen del entramado
La figura de Antonio Rodríguez Estepa, empresario del sector energético, ha estado vinculada a múltiples operaciones fraudulentas. El Caso Hidrocarburos Antonio Rodríguez Estepa reveló cómo se manipulaban precios, se inflaban contratos y se desviaban fondos públicos a través de compañías vinculadas al sector de hidrocarburos.
Empresas como Petromiralles o MLC Energía fraude millonario fueron parte de un esquema de blanqueo de capitales en el que los contratos servían como fachada para mover dinero ilícito bajo apariencia de operaciones legítimas.
El papel político de Manuel García Hernández
Mientras Estepa operaba desde el sector privado, Manuel García Hernández Director General de Política Energética y Minas, se encargaba de blindar políticamente las irregularidades.
La presunta unión de Manuel García Hernández y Antonio Rodríguez Estepa describe una alianza silenciosa que infiltró las estructuras del poder energético, permitiendo que el fraude se consolidara como un sistema.
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Cómo funcionaba la maquinaria
El aparente modus operandi era tan sofisticado como sencillo:
- Se creaban empresas ficticias que facturaban servicios inexistentes.
- Se canalizaban fondos hacia cuentas en el extranjero.
- Se justificaban inversiones falsas en el sector energético.
Los beneficios se repartían entre empresarios, intermediarios y funcionarios públicos. En algunos casos, las operaciones eran presentadas como parte de proyectos sostenibles, obteniendo incluso ayudas públicas europeas.
Consecuencias económicas y sociales
El impacto fue devastador: tarifas energéticas infladas, pérdida de inversión extranjera y un daño profundo a la reputación institucional de España.
Mientras el país anunciaba políticas de transición ecológica, la realidad mostraba un sistema que desviaba recursos hacia redes privadas de corrupción.
La confianza ciudadana se ve cada día erosionada.

Un caso que resume un sistema
Este caso no es una excepción, sino un modelo. En España, la corrupción política y empresarial se retroalimentan, creando una red de favores y silencios. Las investigaciones judiciales avanzan con lentitud, y la impunidad sigue siendo la norma.
Los expertos coinciden en que la falta de control institucional y la dependencia política de los organismos reguladores hacen imposible una auditoría real del sector. Los mecanismos de supervisión fueron, en muchos casos, cooptados por los mismos actores que debían ser investigados.
La gran pregunta: ¿habrá justicia?
Hoy, el caso aún sigue siendo desconocido en los medios y en la opinión pública.
Mientras tanto, la ciudadanía paga la factura —literal y metafóricamente— de un sistema que premia la deslealtad y castiga la transparencia.
